Olvidaos de los transgénicos; a la ingeniería genética le ha salido un competidor: la energía nuclear. Con irradiación se pueden crear plantas comestibles de crecimiento trepidante, resistentes a la sequía y adaptadas a suelos salinos. Acaba de prometerlo la Agencia Internacional de la Energía Atómica (OIEA). ¿Podemos creerle o se trata de un intento más de relanzar las promesas de la Era Nuclear? Por si no lo sabéis, algunas cervezas y whiskys de la gama alta ya se elaboran con cebada mutante.
La OIEA es el organismo de las Naciones Unidas creado para promover el uso pacífico de la energía del átomo. Durante años fue criticada por quienes le consideraban el portavoz mundial del lobby nuclear. Recientemente, se distinguió al negarse a convalidar las mentiras del gobierno Bush Jr. sobre las armas de destrucción masiva en Irak. Hoy retorna al escenario preconizando la aplicación de las radiaciones al problema de la alimentación.
La tecnología de "mutación inducida" —descubierta en los años 20— consiste en exponer semillas a la radiación con el propósito de provocar cambios en su código genético que en condiciones normales podrían llevar millones de años. Se dirigen rayos gamma producidos con cobalto-60 a semillas introducidas en un recipiente o a cultivos en invernaderos, sin dejar radiación residual; luego, de las variedades producidas de ese modo se escogen aquellas con los rasgos más interesantes. "Intensificamos la aparición de mutaciones para seleccionar las más convenientes", explica Pierre Lagoda, el jefe del programa de cultivos irradiados de OIEA-FAO.
Nada nuevo bajo el sol. La creación de portentosas plantas fue un reclamo de la Era Nuclear en los años 50. Para ejemplo, el cortometraje de la Cámara de Comercio de Estados Unidos que mostraba a un chaval mirando cómo subía al cielo un descomunal cacahuete obtenido por irradiación. No vi ese corto pero sí una película sobre una araña gigantesca ('Tarantula') y otra sobre langostas monstruosas que amenazan Chicago ('The beginning of the End'), engendradas en ensayos orientados a acelerar las cosechas. Estas historias de bichos grotescos dieron la réplica al optimismo inicial, al mostrar cómo el crecimiento biológico salido de madre causa más males de los que pretende solucionar. El mismo temor que hoy suscitan los cultivos transgénicos, por cierto.
Según la OIEA
se han creado más de 3.000 variedades correspondientes a 170 especies, entre ellas una cebada que crece en los Andes a 5.000 metros de altitud; un arroz que prospera en los suelos salinos de Vietnam; y un trigo adaptado al caluroso y árido norte de Kenia. Los países desarrollados se beneficiaron de un arroz de granos más grandes (Calrose 76); los pomelos
Star Ruby y Rio Red; y la cebada
Golden Promise, empleada por su superior rendimiento en la fabricación de cervezas y whiskys de alta calidad.
Y si el método es tan pluscuamperfecto, ¿por qué no se generaliza? Según he sabido, porque ya se han obtenido las mutaciones más fáciles de inducir por irradiación; y porque la transgenia y su promesa de plantas de diseño atraen más a los investigadores. Pero en la OIEA confían en que las nuevas técnicas que facilitan la identificación de las mutaciones útiles acentuarán el atractivo de la irradiación. "No es la panacea", admite Lagoda, "pero es una herramienta muy eficaz que puede ayudarnos a acortar los tiempos de obtención de nuevas variedades".
¿Se abrirá paso esa tecnología? Difícil saberlo, pues podría sucederle igual que a la esterilización de alimentos por irradiación, una técnica muy resistida debido a la inquietud que inspira la radiación. Tiende a pensarse en que si algo es irradiado, automáticamente se torna radiactivo. Y asimismo cuesta aceptar la idea de que existan mutantes benignos. Las fobias gestadas en la Era Nuclear se están mostrando difíciles de disipar.
soitu.es Medioambiente
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Carolina Gonçálves Fernández